Llega un negro a la Casa Blanca

La limpia victoria obtenida por Barack Obama tiene una primera consecuencia: George Bush puede ingresar con todos los honores en el Gran Panteón de los Asnos; en el pedestal podría rezar este lema: “Nada hizo bien; todo hizo mal”.

La consecuencia: de los 120.620.767 de norteamericanos que han ido a las urnas (66% de participación), el 53% ha votado demócrata y el 47% republicano (50’73 Bush y 48’3 Kerry en 2004). Éxito de Obama en distritos tradicionalmente republicanos (Colorado, Florida, Indiana, Iowa, Michigan, Minessota, Nevada, Nuevo México, Ohio, Virginia y Wisconsin). Sorprendente resultado en California, donde es gobernador el republicano Arnold Schwarzenegger, con el 62% de los votos demócratas (55% en 2004). 364 grandes electores para Obama, 163 para McCain, y 11 pendientes del recuento en Misuri (286 Bush y 252 Kerry en 2004). Y también victoria demócrata en las elecciones a gobernadores de los estados; en el Congreso (254 a 173); y en el Senado (56 a 40).

Sin el estrepitoso fracaso de la política Bush es difícil pronosticar si la victoria hubiera ido a McCain. Lo cierto es que Obama hereda el peor país tras la depresión del 29, quizá ese haya sido el motivo de su éxito. Ahora tiene un desafío: gestionar la caída de un imperio, o liderar el renacimiento de una gran nación. Ahí se verá cuál es su valía.

Curiosamente, McCain ha ganado en los estados con mayores índices de pobreza y paro, mientras Obama en los de mayor PIB per cápita y, en consecuencia, más impuestos por habitante. En los estados con mayor número de hispanos, gana Obama. McCain en los de mayor porcentaje de negros, especialmente en el viejo sur, donde la sociedad es completamente dual con mayoría blanca. Y, curiosamente, entre los de mayor porcentaje de blancos, McCain gana en la América rural y Obama en la industrial y de la sociedad del conocimiento. Los jóvenes, Obama. Y los seguidores de Hillary Clinton, un 82% Obama y un 18% a McCain.

El pasado mes de agosto constatábamos que los EE.UU. han evolucionado mucho, sociológicamente, en los últimos años: el centro de gravedad se desplaza hacia la izquierda en los temas interiores; la política exterior de Bush ha perdido prestigio; y la sociedad es cada vez menos racista. Y nos preguntábamos: ¿Podrá Obama capitalizar este cambio? La respuesta ha sido sí.

También han sido decisivos los tres giros del Partido Demócrata en su última convención: ideológico, proponiendo la vuelta a una cierta intervención del Estado para frenar las derivas de la mundialización del capitalismo financiero; sociológico, dirigiéndose no sólo a la generación del “baby-boom” (los bebés tras la II guerra mundial), sino a la más reciente, que llaman “Milenaria”, mucho más diversa y multiétnica, un electorado con un perfil que siempre fue más propicio a los demócratas; y programático, donde lo económico y lo social, como la sanidad y la educación, tomen el relevo a la cuestión de los valores, como la familia o la homosexualidad, que tanto les enfrenta con los electores republicanos. Que tome nota Zapatero.

¿Qué le podemos pedir a Obama? Pues algo muy sencillo y que ya sería mucho: que aplique el sentido común. En política exterior, para ofrecernos un gran cambio basta con que escuche a sus aliados y sea tolerante con las opiniones de sus adversarios . En política interior, la separación entre la religión y el Estado, y cumplir el programa social que ha defendido para situar a los EE.UU. dentro del Estado de bienestar moderno. Pedirle más es ir demasiado lejos.

Y es que ya ha cumplido lo principal: acabar con los años grises de la administración republicana abriendo de nuevo la esperanza a su país y, quizá también, al resto del mundo.

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